“En las tiendas no había cosas, todo estaba racionado. Tenías unas cartillas con las que ibas a comprar, se llamaban cartillas para el racionamiento y te daban 100 gramos de azúcar por persona al mes, media docena de huevos por persona al mes, no podías comprar el pan que tu querías, la cantidad que tu querías, no tenías derecho más que a una barra. Había un comercio sumergido que le llamaban el estraperlo en el que pagando más si encontrabas más cosas. Los sueldos eran muy bajos, yo era hija única y tenía unos abuelos que tenían labranza y siempre te daban cosas que bajabas del pueblo: alubias, patatas, huevos, alguna mantequilla, muy poquitas porque mi abuela las vendía, para sacar dinero y así comprar otras cosas, no se comía carne ni pescado todos los días porque no había dinero suficiente”.